El quinto día comenzamos la mañana desplazándonos en metro con nuestra Roma Pass hacia el sur, hasta la estación pirámide. La primera de las visitas en esta zona era la Pirámide de Caio Cestio, un monumento funerario de un rico y caprichoso romano que quiso dejar un recuerdo póstumo de su nombre para generaciones venideras, y, a pesar de su ostentación e incluso mal gusto, con esta pirámide, fuera de lugar en una ciudad como Roma, consiguió su propósito. Dos mil años después, aquí está su legado, y yo estoy hablando de él.
Cuando veo esos panteones fastuosos, con mucho mármol caro, esculturas, forjados y demás, no puedo dejar de sentir, por un lado lástima, y por otro indignación. Lástima por aquella frase que se refiere a los tacaños y usureros que ahorran toda su vida miserable para acabar siendo "los más ricos del cementerio", un honor inútil.
Por otro lado indignación, pues se emplea dinero y esfuerzo en construir para un muerto lo que tantos vivos no pueden permitirse.
Pero somos así de estúpidos (algunos), y llevamos las apariencias hasta las últimas consecuencias.
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